Boletin Informativo de la Parroquia San Rafael de Asuncion

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¿Dónde estamos los cristianos?


El domingo 24 de julio nuestros diarios salieron con las portadas dedicadas a la final de la copa América entre Uruguay y Paraguay. Ni una sola mención en las portadas a la inhumana situación de 500.000 niños que corren el riesgo de morir de hambre en Somalia, en el cuerno de África. Tampoco hubo alusión alguna a la matanza ocurrida en Noruega y mucho menos al posible suicidio de la ídolo de millones de jóvenes, la cantante inglesa Amy Winehouse.

Pero que a los diarios no les importe nada de las grandes tragedias humanas y pierdan la cabeza por una pelota – porque así le encanta a la gente que desde hace tiempo vive, como dirían los antiguos romanos, de “pan y juegos” -, no nos sorprende. Lo que nos entristece es la ausencia de los cristianos en dejarse provocar por estos hechos dolorosos. ¿Cuántos curas, por ejemplo, en su homilía del domingo 24 de julo han expresado un juicio, partiendo del evangelio del día, que contenía la respuesta al porqué de tanta desesperación, del porqué ni siquiera los sistemas económicos, políticos y sociales garantizan aquel bienestar personal y comunitario que nuestro corazón busca?

Además, ¿Quiénes, de los laicos cristianos comprometidos en los diferentes movimientos o grupos eclesiales se ha dejado provocar por la matanza de cerca de 100 personasen su gran mayoría jóvenes, o por el suicidio de Amy, intentado expresar un juicio? ¿De qué sirve ser cristiano con una fe ausente de la vida, incapaz de responder a los interrogantes que provoca la realidad? Si el cristianismo no juzga la vida, si el cristianismo no tiene nada que ver o decir con lo que la realidad nos interpela, personalmente no me interesa. Y tiene razón Nietzsche cuando “nos advertía que la muerte de Dios es perfectamente compatible con una religión burguesa. Él no pensó nunca que la religión tuviera que acabar. Cuando hablaba de la muerte de la religión, hablaba del fin de su capacidad de mover la mente, de despertar el Yo. No se trata de una religión como práctica, sino de su capacidad de despertar la esperanza. La religión se volvió un producto de consumo, una forma de entretenimiento, un consuelo  para los débiles, una estación de servicio emotivo destinada a apagar algunas necesidades irracionales que la religión está en condiciones de satisfacer mejor que cualquier otra cosa. Aunque suene unilateral el diagnóstico, Nietzsche daba en el clavo”.

Y el teólogo ortodoxo Oliver Clement ha dicho que “la fortuna del marxismo ha sido haber encontrado un cristianismo ausente de la vida, medroso de la vida”. El cristianismo y el hombre caminan juntos, no existen separados. Personalmente me adherí al cristianismo con entusiasmo y pasión cuando encontré unos chicos del colegio que me desafiaron en los años 70 diciéndome: “profesor, no es con la huelga que se cambia el mundo, sino cambiando tu corazón, y tu corazón cambia si encuentra a Cristo”. Eran adolescentes que durante las horas de clase no aceptaban acríticamente mi enseñanza, en aquel entonces enfocada sobre las reductivas posturas educativas de Paulo Friere.

Ellos me cuestionaban todo lo que decía, discutían, verificaban la razón de la fe que habían encontrado dentro de todas las circunstancias de la vida. Eran adolescentes que desafiaban públicamente al mundo con su fe, juzgaban lo que acontecía. No eran los famosos, ayer y hoy, “cristianos anónimos”. Eran una presencia que no dejaba nada de lo que acontecía sin dar un juicio. A veces eran ingenuos, también podían equivocarse, sin embargo su presencia era bien visible. Y por eso se transformaron en el instrumento que Dios me puso para cambiar mi vida.

El silencio de nosotros los cristianos con referencia a los acontecimientos de estos días, la incapacidad y, lo que es peor, la insensibilidad documentada para nosotros cristianos en este momento en que mucho chicos se hacen y hacen un montón de preguntas, es la evidencia del formalismo de nuestra fe o, como decía el ex-nuncio apostólico en Paraguay, monseñor Lucibello, “la tropicalización de la fe, de los movimientos”. Es decir, una fe reducida a palabra, a sentimiento, sin ningún nexo con la realidad.

P. Aldo


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