Boletin Informativo de la Parroquia San Rafael de Asuncion

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Un puñetazo en el estomago para curas y consagrados


Escribió monseñor Giussani hace unos años en un bellísimo libro “El atractivo de Jesucristo” hablando del testimonio que estas personas elegidas por Jesús tendrían o mejor tienen que dar a los casados, de lo contrario es mejor que cuelguen la sotana: “Esta (que la afectividad se vuelve tanto más profunda cuanto más se reconoce que remite a otra Presencia) se expresa en su máxima cumbre en la relación interpersonal. Es el motivo por el cual raras veces en aquellos que son llamados por Dios, por un diseño de Dios, a testimoniamos esta verdad o quien se casa: raras veces ofrecen este ejemplo. En quien está llamado a afirmar el Otro, en quien ha sido llamado a la virginidad, no existe la afectividad, no existe el amor. Y sin la afectividad no existe el Otro (Dios); se afirma al Otro pero no hay afectividad.

Es terrible pero verdadero este juicio. Mirándonos a nosotros mismos, curas, consagrados ¿qué dirá el mundo? Creo que pensarán: “No son ni carne ni pescado. ¿Qué sean hombres y mujeres?” Falta la carne, falta lo humano y por eso Cristo se convierte en el modo más burgués de vivir. Nosotros que tendríamos que transpirar por todos los poros de la piel el entusiasmo de un enamorado, porque somos de Cristo, nos transformamos en la caricatura de Cristo, hasta físicamente.

Si miramos como vivimos, muchas veces parecemos piedras, funcionarios que corren, pero ¿dónde está lo humano? Si miramos el cuidado que tenemos de nuestro cuerpo, ciertas veces parecemos ballenas que caminan u, otras veces, escarbadientes. Hasta nuestro modo de vestir es horrible. Ver ciertas monjas por la calle, con sus vestidos desordenados, es un espectáculo triste. ¿Estas serían las esposas de Cristo?

Pobre Jesús… creo que me da vergüenza. La persona consagrada es la que debe transmitir la belleza de su virginidad, la belleza de su plenitud afectiva, de su humanidad. Cuando pensamos en el Cura de Ars o Madre Teresa de Calcuta o Juan Pablo II, en Benedicto XVI que no es un jovencito, contemplamos la belleza del humano, la fascinación que brota de su capacidad de amor, de abrirse al hombre. Sin esta plenitud afectiva, la virginidad se vuelve soberbia y por eso siempre me impacta el dicho de Pascal cuando hablaba de las monjas de París, de la Abadía de Port-Royal: “serán puras como los ángeles pero orgullosas como demonios”. Es decir, unas solteronas amargadas delante de las cuales un hombre no logra ni siquiera mirarles a la cara porque son acidas peor que el ácido muriático.


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